Hoy es miércoles. Un miércoles amargo. Está lloviendo. Hace
mucho frío, pero…… ¡es miércoles de Champios!, el mejor día de la semana está a
punto de comenzar, y no vas a dejar que nadie te quite esa ilusión de ver a tu
equipo triunfar hoy en la máxima competición europea. Bajas a desayunar con
otra cara de la que te has levantado de la cama. Haces todas las tareas de la
casa que te incumban, y sales corriendo de casa porque llegas tarde al metro
ligero, y no quieres caerte por las escaleras de Berna y hacer el ridículo.
Quieres llegar un poquito antes, así que sales de cas. Sales del pasillo, pero
te das cuenta de que en el ipod se te ha olvidado cargar Marca para leer lo que
dicen los periodistas sobre el partido. Llegas a la parada del metro ligero, y
el siguiente tren pasa a los diez minutos. Llega el tren y te subes, pero no
vas a leerlo ahora el periódico, porque en tu misma parada se han subido los
empollones del curso, y tienes muchas dudas del complicadísimo examen de
Filosofía que tienes a primera hora.
Pasan los segundos, los minutos, las horas, y llega la hora
de la comida. Con los que te has sentado en la mesa son amigos tuyos, y os
atrevéis a decir un once inicial con el que tu equipo aplastará al rival,
hacéis unas falsas ilusiones de cómo va a ser el partido. Acabáis de comer y
tenéis que iros a clase porque la tertulia ha durado más de la cuenta. Las
últimas dos clases no puedes concentrarte, no puedes, estás planeando argucias
para decírselas a tus padres y salir a un bar a ver el partido con tus amigos.
Sales del cole y te vas corriendo al coche de la madre de tu vecino que te está
esperando con cara de mal genio, porque está hasta las narices y quiere llegar
ya a casa. En tres minutos estás en casa, le dices a tus padres el plan que
tienes con tuis maigos para ver el partido, y los muy inofensivos de ellos te
dejan.
Son las 8:30, quince minutos para el partido, y tu día ha
sido así:
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